El aroma del sake barato impregnaba el aire, mezclándose con el perfume dulce y artificial de Hinako. La oficina, habitualmente un crisol de ambición y competencia, se había transformado en un campo minado de secretos a punto de explotar.
Hinako, generalmente reservada y eficiente, se movía con una torpeza encantadora, sus mejillas sonrosadas y su mirada fija en el infinito. El alcohol había derribado las barreras de la profesionalidad, liberando una versión más vulnerable y sensual de sí misma.
Recordaba vagamente haber aceptado la invitación a beber después del trabajo. Las horas se difuminaron entre risas, brindis y confidencias susurradas al oído. Ahora, atrapada en la resaca emocional y física, intentaba reconstruir los eventos de la noche.
Sus movimientos eran torpes, cada gesto revelando la lucha entre la conciencia y el deseo. La camisa ligeramente desabrochada, la falda peligrosamente corta, cada detalle gritaba la historia de una noche de excesos.
El ambiente era denso, cargado de una tensión palpable. Los límites se habían difuminado, las inhibiciones se habían evaporado. Hinako, en su estado de vulnerabilidad, se había convertido en objeto de deseo, una tentación irresistible en el corazón de la oficina.
¿Qué secretos desvelaría la mañana? ¿Qué consecuencias tendría esta noche de desenfreno? La respuesta permanecía oculta, envuelta en la bruma del alcohol y el arrepentimiento.









