El aroma del sake barato impregnaba el aire, mezclándose con las risas forzadas y las conversaciones a medio hablar. La fiesta de la empresa había llegado a su punto álgido, y el alcohol había comenzado a hacer de las suyas. Entre la multitud, Hinako, generalmente reservada y profesional, parecía otra persona.
Su rostro, habitualmente serio y concentrado, ahora irradiaba un rubor cálido y travieso. Sus ojos, normalmente analíticos, brillaban con una chispa de despreocupación e incluso, podría decirse, de picardía. La formalidad de la oficina se había evaporado, reemplazada por una atmósfera de relajación y desinhibición.
La camisa blanca que solía llevar abotonada hasta el cuello ahora estaba ligeramente desabrochada, revelando una sutil insinuación de su clavícula. El lápiz labial rojo que había aplicado por la mañana se había corrido ligeramente, manchando la comisura de sus labios con un encanto inesperado.
A medida que avanzaba la noche, Hinako se volvía más audaz, más coqueta. Se apoyaba contra la pared, con una sonrisa misteriosa, mientras observaba a sus compañeros de trabajo. Sus movimientos, antes precisos y calculados, ahora eran fluidos y sensuales. El alcohol la había liberado de sus inhibiciones, revelando una faceta oculta de su personalidad.
Bajo el efecto del alcohol, Hinako se había transformado en una tentación embriagadora, una visión cautivadora que desafiaba su imagen habitual. La línea entre la colega respetable y la mujer desinhibida se había difuminado, creando un aura de misterio y deseo a su alrededor. La noche prometía ser inolvidable, llena de secretos susurrados y miradas robadas.









