La noche cayó sobre la ciudad, llevando consigo el peso del trabajo y las responsabilidades. En una reunión improvisada después de la oficina, el alcohol comenzó a fluir, desinhibiendo a los presentes y creando un ambiente de camaradería inusual.
Hinata, una joven oficinista, se encontraba entre ellos. Su rostro, normalmente serio y concentrado, se relajaba con cada copa de vino. Las risas resonaban a su alrededor, y ella se dejaba llevar por la corriente de la alegría efímera.
A medida que avanzaba la noche, el alcohol hacía estragos en su sistema. Sus movimientos se volvían torpes, su habla pastosa, y sus inhibiciones desaparecían por completo. Sus compañeros de trabajo, observando su estado vulnerable, comenzaron a mirarla con otros ojos.
Entre miradas lascivas y comentarios subidos de tono, Hinata se encontraba en una situación delicada. La línea entre el respeto profesional y la tentación prohibida se desdibujaba, amenazando con romperse en cualquier momento.
La noche continuó su curso, llevando a Hinata a un punto de no retorno. Sus decisiones se volvieron impulsivas, sus acciones impredecibles. El alcohol había tomado el control, transformándola en una sombra de sí misma.
A la mañana siguiente, el sol brillaba con fuerza, disipando las sombras de la noche anterior. Hinata se despertó con un dolor de cabeza punzante y una sensación de vacío en el estómago. Los recuerdos de la noche anterior eran fragmentados, borrosos, como un sueño confuso y perturbador.
La vergüenza la invadía al recordar las miradas, los comentarios y las insinuaciones. Se sentía expuesta, vulnerable, como si su intimidad hubiera sido violada. El alcohol la había traicionado, llevándola a un lugar oscuro y peligroso.
A partir de ese día, Hinata se propuso no volver a caer en la trampa del alcohol. Aprendió la importancia del autocontrol, el respeto propio y la responsabilidad. La noche en que perdió el control se convirtió en una lección valiosa, una advertencia para no volver a cruzar la línea.









